puedo identificarte desde brillo intrínseco, tu verdadera fuente de saber cuando resplandeces, cuando el aire en luz se dispersa desapareciendo toda estrella. Me contaminas
cielo tangible en mi herido calendario y el rayo que me define, este espacio en el que se me mueven los astros, todo lo que me rodea en una doméstica astronomía, una esfera con imaginarias bóvedas de quitar y poner distribuyendo luces y sombras, soles, lunas, umbrales de regiones divididas constelándose unas a otras
dividen los números mis crepúsculos, tríadas de diferente profundidad jugando mi sol con el horizonte, segmentos de lumínica puesta reiniciándome, descensos de inframundo hasta regresar a un agua primordial. Náutico, encuentro los grados que definan período nuevo. Se enfría mi capacidad de comprensión, no alcanza su brillo
en mito divinizo esta bóveda del ahora, un cielo lleno de equivalencias
es la Tierra mi sombra proyectada desde el espacio exterior, su atmósfera los fenómenos visibles que al crepúsculo se volatizan deponiendo condiciones. Observo mi propia meteorología permitiéndome visiones con relativa claridad sobre el horizonte, la franja de sombra azulándose en benévola opacidad, parte el cielo tal oblea consagrada, sol poniente, sol naciente. Relaciono fenómenos desde el arco anti crepuscular, la banda rosácea que observa mi sombra con los ojos de Venus. Ninguna línea definida divide, todo se desvanece en el cielo
termina mi meteorólogo sus referencias en esa zona gaseosa que vuelve a adquirir densidad
destellos verdes de tierra copan ahora mi óptica esperanzada, los hago visibles por unos segundos, rayos y auras arbóreas y montañosas que se desvanecen sin una causa que yo controle, destellos propios de una inversión perceptiva ajena a mi metereología. Esa altitud conlleva descenso, el horizonte me mira impávido caer al fondo del océano, nubes y montañas testigos de ese naufragio emocional. Se asocian los destellos con la Luna y los planetas brillantes
orto y relámpago me vislumbran en mis tormentas, humana electricidad en la neblina urbana
brillas con la variedad de colores que el día estira, con las propiedades cuyas causas pretendes conocer. Dispersa el horizonte esas luces que regresan a su fuente con abrumadora velocidad, domina el crepúsculo con pasmosa sencillez
refiere entonces tu cielo informales términos buscando perspectivas, la superficie de algún significado imprevisto, variaciones. Observas la piel terrestre desde esa cúpula, vibrante cuenco que te habla del no-tiempo, refiere las capas más sutiles de tu atmósfera
cualquier explicación será física descubierta en honor a tí, orto y relámpago
diurno azul dispersa sus moléculas de onda corta, se alarga la luz nocturna en rojizas superficies, se salpica la región de estrellas visibles que alguna nube acariciara. Deviene mi rostro luna
hay lados de mi atmósfera donde no chocan las moléculas, lugares donde el espacio blanquea
es la naturaleza en todo fenómeno cíclica aurora y mis nubes sobre un permanente arcoiris, los relámpagos que me sacuden, mis invisibles precipitaciones. Aves e insectos me reinventan con planetaria humanidad, activan los cometas mis deseos en su lumínica contaminación, se hace la noche inmensa urbe
cuando pongo el sol sobre el horizonte emite la luz sus azules dispersándome hasta el exceso, aún si guardo el resto de colores en mi retina. Viajo entonces en las ondas largas y suaves enrojeciendo mis mejillas, manifiestan una leve veladura de naranja y amarillo, miran sus ojos mi atardecer
me demostrasteis vuestra óptica pacata procedente de una falaz blancura o negrura, una realidad descompuesta sin matices. Hay lados en mi atmósfera donde bailan los fotones sin causa conocida, partículas que desplazan haciendo vibrar mi alma, vibra el espacio entero sin líneas rectas, la tríada reflejo-refracción-dispersión choca con mis propias moléculas, llegas a planetas extraños de atmósferas desconocidas. Esa amplitud es frecuencia inasible, el resto opaca tu azul. Pero puedo identificarte desde brillo intrínseco